sábado, 4 de octubre de 2014

VISLUMBRES DE LA VERDAD

1914
(Escrito por uno del círculo de Gurdjieff en Moscú)

Extraños sucesos, incomprensibles desde el punto de vista ordinario, han guiado mi vida. Me refiero a los sucesos que influyen en la vida interior de un hombre, cambiando radicalmente su dirección y meta, y creando nuevas épocas en ella. Los llamo incomprensibles porque su conexión fue clara sólo para mí. Fue como si, persiguiendo una meta definida, una persona invisible hubiera colocado en el camino de mi vida circunstancias que, en el momento mismo de mi necesidad, las encontré ahí como por azar. Guiado por tales sucesos, desde mis primeros años me acostumbré a observar con gran penetración las circunstancias que me rodeaban, a tratar de captar el principio que las conectaba, y a encontrar en sus interrelaciones una explicación más amplia y más completa. Debo decir que en cada resultado exterior, la causa escondida que lo evocaba era lo que más me interesaba.
Un día, de esta misma y aparentemente extraña manera, me encontré cara a cara con el ocultismo, y me interesé en él como si fuera un sistema filosófico, profundo y armonioso.
Pero en el preciso momento que había alcanzado algo más que el mero interés, de nuevo perdí tan pronto como la había encontrado, la posibilidad de proseguir con su estudio sistemático.
En otras palabras, fui abandonado enteramente a mis propios recursos. Esta pérdida parecía un fracaso sin sentido, pero más tarde la reconocí como un paso necesario en el curso de mi vida, y un paso lleno de profundo significado. Sin embargo, este reconocimiento llegó mucho más tarde. No me desvié sino que seguí adelante bajo mi propia responsabilidad y riesgo. Se me presentaron obstáculos insuperables, forzando mi retirada. Vastos horizontes se abrieron a mi vista y al apresurarme a menudo resbalé o me encontré enredado. Habiendo perdido, al parecer, lo que había descubierto, permanecí dando vueltas en el mismo lugar, como rodeado de niebla. Al buscar hice muchos esfuerzos y un trabajo aparentemente inútil, recompensado inadecuadamente por los resultados. Hoy veo que ningún esfuerzo quedó sin recompensa y que cada error sirvió para guiarme hacia la verdad.
Me sumergí en el estudio de la literatura oculta y sin exageración puedo decir que no solamente leí, sino dominé paciente y perseverantemente la mayor parte del material disponible, tratando de captar el sentido y comprender lo que estaba oculto entre líneas. Todo esto sólo sirvió para convencerme de que nunca lograría encontrar en los libros lo que buscaba; aunque vislumbré el esquema de una estructura majestuosa, no la pude ver precisa y claramente.
Busqué a quienes podrían tener intereses en común con los míos. Algunos parecían haber encontrado algo, pero al hacer una revisión más profunda, me di cuenta que ellos, como yo mismo, andábamos a tientas en la obscuridad. Yo esperaba todavía encontrar finalmente lo que necesitaba; buscaba un hombre en vida capaz de darme más de lo que yo podría encontrar en un libro. Perseverante y obstinadamente busqué, y después de cada fracaso, la esperanza revivía de nuevo y me conducía a una nueva búsqueda. Con esta idea visité Egipto, la India y otros países. Entre aquellos que encontré hubo muchos que no dejaron huella, pero algunos fueron de gran importancia.
Pasaron varios años; entre mis conocidos se contaban algunos con quienes, por nuestros intereses comunes, estaba yo ligado de una manera más duradera. Uno que estaba en contacto cercano conmigo era un cierto A. Los dos habíamos pasado no pocas noches sin dormir, devanándonos los sesos sobre varios pasajes de un libro que no comprendíamos y buscando explicaciones apropiadas. De esta manera habíamos llegado a conocernos íntimamente.
Pero durante los últimos seis meses yo había empezado a notar, primero a intervalos espaciados y luego más frecuentemente, algo raro en él. No era que me hubiera dado la espalda pero parecía haberse enfriado respecto a la búsqueda, la cual no había dejado de ser vital para mí. Al mismo tiempo, veía que él no la había olvidado. A menudo él expresaba pensamientos y hacía comentarios que se volvían completamente comprensibles sólo después de larga reflexión. Hice hincapié en esto más de una vez pero él siempre evadía muy hábilmente conversaciones sobre este tema.
Debo confesar que esta creciente indiferencia de A., quien había sido el inseparable compañero de mi trabajo, me llevó a reflexiones sombrías. En una ocasión le hablé abiertamente sobre eso, apenas recuerdo en qué forma.
"¿Quién te dijo," objetó A., "qué te estoy abandonando? Espera un poco y verás claramente que estás equivocado."
Pero por alguna razón, ni estas observaciones ni otras, que en aquel momento me parecieron extrañas, captaron mi interés. Quizá porque estaba ocupado en reconciliarme con la idea de mi completo aislamiento.
Y así continuó. Es tan sólo ahora que veo cómo, a pesar de una aparente capacidad de observación y de análisis, de una manera imperdonable no noté el principal factor que estaba continuamente frente a mis ojos. Pero dejemos que los hechos hablen por sí solos.
Un día, a mediados de noviembre, pasé la tarde con un amigo mío. La conversación versaba sobre un asunto de poco interés para mí. Durante una pausa en la conversación, mi anfitrión dijo: "A propósito, conociendo tu interés en el ocultismo, pienso que un artículo en el Golos Moksvi de hoy (La Voz de Moscú) te interesaría." Y señaló un artículo titulado:
"De aquí y de allá en el teatro."
Dando un breve resumen, hablaba sobre el argumento de un misterio medieval, La Lucha de los Magos; un ballet escrito por G. I. Gurdjieff, un orientalista que era bien conocido en Moscú. La mención del ocultismo, el título mismo y el contenido del argumento, suscitaron en mí gran interés, pero ninguno de los presentes podía dar más información acerca de ello.
Mi anfitrión, un perspicaz aficionado al ballet, admitió que en su círculo no conocía a nadie que correspondiera a la descripción dada en el artículo. Lo recorté con su permiso y me lo llevé.
No los quiero cansar exponiendo las razones que me impulsaron a interesarme en este artículo. Pero fue a consecuencia de ellas que tomé la firme resolución, el sábado por la mañana, de encontrar a toda costa al señor Gurdjieff, el escritor del argumento.
Esa misma noche, cuando vino A., le mostré el artículo. Le dije que tenía la intención de buscar al señor Gurdjieff, y le solicité su opinión.
A. leyó el artículo y mirándome de soslayo, me dijo: "Bien, que tengas éxito. En cuanto a mí, no me interesa. ¿No hemos tenido ya bastante de tales cuentos?" Y puso el articulo a un lado con aire de indiferencia. Tal actitud hacia este asunto fue tan desalentadora que desistí y me encerré en mis pensamientos; A. también estaba pensativo. Nuestra conversación se detuvo.
Hubo un largo silencio, interrumpido por A., quien puso su mano sobre mi hombro.
"Mira," dijo, "no te ofendas. Tuve mis propias razones para contestarte como lo hice, las que te explicaré más tarde. Pero primero te haré algunas preguntas que son tan serias' —enfatizó la palabra "tan"— "que no puedes saber cuan serias son."
Algo asombrado por esta declaración, respondí; "Haz tu pregunta."
"Hazme el favor de decirme, ¿por qué deseas encontrar a este señor Gurdjieff? ¿Cómo lo buscarás.'' ¿Cuál será tu meta?
Y si tu búsqueda tiene éxito, ¿de qué manera te acercarás a él?"
AI principio con desgano pero alentado por la seriedad de la, actitud de A., así como por las preguntas que ocasionalmente me hacía, expliqué la dirección de mi pensar.
Cuando terminé A. repasó lo que yo había dicho y añadió; "Puedo decirte que no vas a encontrar nada."
"¿Cómo puede ser?" repliqué. "Me parece que el argumento del ballet, La Lucha de los Magos, aparte de estar dedicado a Geitzer, no es tan insignificante que su autor pueda perderse sin dejar huella alguna."
"No se trata del autor. Puedes encontrarlo. Pero él no hablará contigo como lo podría hacer," dijo A.
Esto me encolerizó: "¿Por qué te imaginas que él...?' "Yo no imagino nada," interrumpió A.
"Yo sé, pero para no mantenerte en suspenso te diré que conozco este argumento bien, muy bien. Lo que es más, conozco a su autor, el señor Gurdjieff, personalmente, y lo conozco hace mucho tiempo. El modo que has elegido para encontrarlo podría conducirte a conocerlo, pero no de la manera que desearías. Créeme, si me permites un pequeño consejo amistoso, espera un poco más. Trataré de arreglarte un encuentro con el señor Gurdjieff, en la forma que quieras ... Bien, debo partir."
En medio del mayor asombro, lo detuve. "¡Espera! No te puedes ir aún. ¿Cómo llegaste a conocerlo? ¿Quién es? ¿Por qué nunca me hablaste antes de él?"
"No tantas preguntas," dijo A. "Me niego categóricamente a contestarlas ahora. A su debido tiempo contestaré. Mientras tanto, tranquiliza tu mente; te prometo hacer lo que pueda para presentarte."
A pesar de mis más insistentes demandas, A. se negó a contestar, añadiendo que era en mi propio interés no demorarlo más tiempo.
El domingo, alrededor de las dos, A. me telefoneó y dijo brevemente: "Si quieres, puedes estar en la estación del ferrocarril a las siete de la noche." "¿Y a dónde iremos?" pregunté.
"Donde el señor Gurdjieff," respondió, y colgó.
"Ciertamente no guarda ceremonias conmigo," me cruzó por la mente. "Ni siquiera me preguntó si podía ir, y sucede que tengo algunos asuntos importantes esta noche. Además no tengo idea de cuan lejos tenemos que ir. ¿Cuándo estaremos de regreso? ¿Cómo lo explicaré en casa?" Pero luego decidí que no era probable que A. hubiese pasado por alto las circunstancias de mi vida; así que los asuntos "importantes" rápidamente perdieron su importancia y empecé a esperar la hora fijada. En mi impaciencia, llegué a la estación casi una hora antes y esperé la llegada de A.
Finalmente apareció. "Ven rápido," me dijo, apresurándome. "Tengo los boletos. Me demoré y estamos atrasados."
Un portero nos seguía con algunas cajas grandes. "¿Qué es eso?" le pregunté a A. "¿Nos ausentaremos por un año?" "No," contestó riendo. "Regresaré contigo; las cajas no nos conciernen."
Tomamos nuestros asientos y como estábamos solos en el compartimiento, nadie turbó nuestra conversación.
"¿Vamos lejos?" pregunté.
A. mencionó uno de los lugares de recreo cerca de Moscú y añadió:
"Para ahorrarte preguntas, te diré todo lo posible; aunque lo principal será sólo para tí. Por supuesto, tienes razón en estar interesado en el señor Gurdjieff como persona, pero te diré sólo algunos hechos externos sobre él, para orientarte. En cuanto a mis opiniones personales acerca de él, guardaré silencio, para que puedas recibir tus propias impresiones más plenamente. Regresaremos a este asunto más tarde."
Instalándose confortablemente en su asiento, empezó a hablar.
Me dijo que el señor Gurdjieff había pasado muchos años recorriendo el Oriente con un propósito definido, y había estado en lugares inaccesibles a los europeos; que hacía dos o tres años había llegado a Rusia y desde entonces vivía en San Petersburgo, dedicando sus esfuerzos y su conocimiento principalmente a su propio trabajo. No hacía mucho tiempo se había trasladado a Moscú y había arrendado una casa de campo cerca de la ciudad, para así poder trabajar en retiro, sin ser molestado. De acuerdo con un ritmo conocido solamente por él, visitaba Moscú periódicamente, regresando de nuevo a su trabajo después de cierto intervalo. Él no creía necesario, a mi entender, hablar a sus conocidos de Moscú acerca de su casa de campo y no recibía a nadie ahí.
"En cuanto a la manera en que llegué a conocerlo," dijo A., "hablaremos de eso en otra ocasión. Eso también está muy lejos de lo común."
A. prosiguió diciendo que al poco tiempo de conocer al señor Gurdjieff, le había hablado de mí y deseaba presentarnos; no solamente había rehusado sino que hasta le había prohibido a A. decirme cualquier cosa acerca de él. Debido a mis persistentes pedidos de conocer al señor Gurdjieff y mi propósito de lograrlo, A. había decidido solicitárselo una vez más. Lo había visto, después de dejarme la noche anterior, y el señor Gurdjieff, después de hacerle muchas preguntas detalladas sobre mí, estuvo de acuerdo en verme y él mismo propuso que A. me llevase a su casa de campo esa noche.
"A pesar de conocerte por tantos años," dijo A., "él seguramente te conoce mejor que yo, por lo que le he contado de tí. Ahora te das cuenta de que no fue sólo imaginación cuando te dije que no podías obtener nada en la manera ordinaria. No te olvides, se ha hecho una gran excepción en tu caso y ninguno de los que lo conocen han estado a donde vas ahora. Aun sus más allegados no sospechan que existe su retiro. Debes esta excepción a mi recomendación, así que por favor no me pongas en una posición embarazosa."
Varias preguntas más. quedaron sin respuesta de A., pero cuando le pregunté acerca de La Lucha de los Magos, me contó su contenido bastante detalladamente. Cuando le pregunté acerca de algo que me impactó como incongruente, A. Me dijo que el mismo señor Gurdjieff hablaría de eso, si lo considerase necesario.
Esta conversación provocó en mí una multitud de pensamientos y conjeturas. Después de un silencio, me dirigí hacia A. con una pregunta. A. me miró algo perplejo y después de una corta pausa dijo: "Recoge tus pensamientos o te pondrás en ridículo. Ya casi llegamos. No me hagas lamentar el haberte traído. Recuerda lo que dijiste ayer acerca de tu meta."
Después de esto no dijo más.
En la estación bajamos del tren en silencio y me ofrecí a cargar una de las cajas. Pesaba por lo menos treinta y cinco kilos y la caja que cargaba A. probablemente pesaba otro tanto. Un trineo de cuatro asientos nos esperaba. Silenciosamente tomamos nuestros asientos y viajamos en el mismo profundo silencio todo el camino. Después de aproximadamente quince minutos el trineo paró delante de una reja. En el fondo del jardín era apenas visible una casa de campo de dos pisos. Precedidos por el cochero que llevaba el equipaje, entramos por la reja abierta y caminamos hacia la casa a lo largo de un sendero limpio de nieve. La puerta estaba entreabierta.
A. tocó el timbre.
Después de un momento, una voz preguntó: "¿Quién es?" A. dio su nombre. "¿Cómo está usted?" replicó la misma voz a través de la puerta entreabierta. El cochero llevó las cajas al interior de la casa y volvió a salir. 'Tasaremos ahora," dijo A., quien parecía haber estado esperando algo.
Atravesamos un oscuro pasillo hacia una antesala apenas alumbrada. A. cerró la puerta después que pasamos; no había nadie en el cuarto. "Cuelga tus cosas," dijo brevemente, señalando un perchero. Nos quitamos los abrigos.
"Dame tu mano; no tengas miedo, no te caerás." Cerrando firmemente la puerta detrás de él, A. me guió hacia un cuarto completamente oscuro. El piso estaba cubierto con una alfombra blanda sobre la cual nuestros pasos no hacían ruido. Al estirar mi mano libre en la oscuridad, sentí una pesada cortina que corría a todo lo largo de lo que parecía ser un cuarto grande, formando una especie de pasadizo hacia una segunda puerta. "Mantén presente tu meta," susurró A., y levantando un tapiz colgado delante de una puerta, me empujó hacia un cuarto iluminado.
En el lado opuesto a la puerta un hombre de mediana edad estaba sentado contra el muro sobre una otomana, con los pies cruzados a la usanza oriental; fumaba en un narguile de forma extraña que estaba sobre una mesa frente a él. Al lado del narguile había una tacita de café. Éstas fueron las primeras cosas que llamaron mi atención.
Cuando entramos, el señor Gurdjieff —ya que era él— levantó su mano y mirándonos tranquilamente nos saludó con una inclinación de cabeza. Luego me invitó a sentarme, señalando la otomana al lado de él. La tez delataba su origen oriental. Sus ojos atrajeron especialmente mi atención, no tanto por los ojos mismos como por la manera en que me miró al saludarme; no como si me viera por primera vez sino como si me hubiera conocido bien y por mucho tiempo. Me senté y miré alrededor del cuarto. El aspecto era tan poco común para un europeo, que quiero describirlo más detalladamente. No había ninguna superficie que no estuviera cubierta, ya sea por tapices o por colgaduras de toda clase. Una enorme alfombra cubría todo el piso de este amplio cuarto. Hasta las paredes estaban cubiertas de tapices que también colgaban de puertas y ventanas; el cielo raso estaba cubierto con antiguos chales de seda de resplandecientes colores, asombrosamente bellos en sus combinaciones. .Éstos estaban recogidos en un extraño diseño hacia el centro del techo. La luz estaba escondida detrás de una pantalla de vidrio opaco, de forma peculiar, semejante a una enorme flor de loto, la cual producía un difuso resplandor blanco.
Otra lámpara que daba una luz similar, estaba en un sitio alto, a la izquierda de la otomana sobre la cual estábamos sentados. Contra la pared izquierda había un piano vertical cubierto con tapices antiguos que le camuflaban su forma de tal manera, que sin los candeleros no hubiera podido adivinar lo que era. En la pared, arriba del piano, dispuestos sobre un gran tapiz, colgaba una colección de instrumentos de cuerda de extrañas formas, entre los que también había flautas. Otras dos colecciones adornaban también la pared. Una de armas antiguas con algunas hondas, yataganes, dagas y otras cosas estaban detrás y encima de nuestras cabezas. En la pared de enfrente, suspendidas por finos alambres blancos, estaban arregladas en un grupo armonioso algunas antiguas pipas talladas.
Debajo de esta última colección, en el piso contra la pared, había una larga fila de grandes cojines cubiertos con un solo tapiz. En el rincón izquierdo, al final de la fila, había una estufa holandesa cubierta con una tela bordada. El rincón derecho estaba decorado con una combinación de colores particularmente bellos; allí colgaba un icono de San Jorge el Victorioso, adornado con piedras preciosas. Debajo de éste se encontraba una vitrina en la cual había varias pequeñas estatuas de marfil de diferentes tamaños; reconocí a Cristo, Buda, Moisés y Mahoma; al resto no los pude ver muy bien.
Contra la pared derecha había otra otomana que tenía a cada lado dos pequeñas mesas de ébano talladas y en una de ellas había una cafetera con un calentador. Por el cuarto varios cojines y escabeles estaban diseminados en cuidadoso desorden. Todos los muebles estaban adornados con borlas, con bordados en oro y joyas. En general el cuarto producía una impresión extrañamente acogedora, la cual se acrecentaba por un delicado perfume que se mezclaba agradablemente con el aroma del tabaco.
Habiendo examinado el cuarto, volví mis ojos hacia el señor Gurdjieff. Él me miró y yo tuve la clara impresión de que me tomaba en la palma de su mano y me pesaba. Sonreí involuntariamente y él volvió la cabeza con calma y sin prisa. Mirando a A. le dijo algo. No me volvió a mirar de esta manera y la impresión no se repitió.
A. estaba sentado en un gran cojín al lado de la otomana, en la misma postura que el señor Gurdjieff, la cual parecía que había llegado a ser habitual para él. En ese momento se levantó y tomando dos grandes cuadernillos de papel y dos lápices de una pequeña mesa, dio uno al señor Gurdjieff y se quedó con el otro. Señalando la cafetera, me dijo: "Cuando quiera café, sírvase. Voy a tomar un poco ahora." Siguiendo su ejemplo me serví una taza y regresando a mi lugar, la puse al lado del narguile en la mesita.
Después me dirigí al señor Gurdjieff y tratando de expresarme tan breve y precisamente como me fue posible, expliqué por qué había venido. Después de un corto silencio, el señor Gurdjieff dijo: "Bueno, no perdamos tiempo valioso," y me preguntó lo que yo realmente quería.
Para evitar repeticiones, destacaré algunas peculiaridades de la conversación que siguió.
Antes que nada, debo mencionar una circunstancia algo extraña, de la que no me di cuenta en el momento, quizá porque no tuve tiempo de pensar en ella. El ruso que hablaba el señor Gurdjieff no era ni Huido ni correcto. A veces, buscaba durante un largo rato las palabras y expresiones que necesitaba, y constantemente le pedía ayuda a A. Le decía dos o tres palabras y A. parecía atrapar su pensamiento en el aire, desarrollarlo y completarlo, y darle una forma inteligible para mí. Parecía conocer muy bien el tema en discusión. Cuando hablaba el señor Gurdjieff, A. lo observaba con atención. Con una palabra el señor Gurdjieff le mostraba algún nuevo significado, y rápidamente cambiaba la dirección del pensamiento de A.
Por supuesto, el conocimiento que A. tenía de mí le ayudó mucho a posibilitarme el comprender al señor Gurdjieff. Muchas veces con una sola insinuación, A. evocaba toda una categoría de pensamientos. Sirvió como una especie de transmisor entre el señor Gurdjieff y yo. Al principio el señor Gurdjieff tenía que recurrir constantemente a A., pero mientras el tema se ampliaba y desarrollaba, abarcando nuevos ámbitos, el señor Gurdjieff se dirigía menos y menos a menudo hacia A. Su hablar fluía con mayor libertad y naturalidad; las palabras necesarias parecían surgir por sí solas, y yo hubiera podido jurar que, hacia el final de la conversación, hablaba un ruso clarísimo y sin acento, sucediéndose sus palabras con fluidez y calma; éstas eran ricas en color, símiles, vividos ejemplos, amplias y armoniosas perspectivas.
Además, ambos ilustraban la conversación con varios diagramas y series de números, que tomados en conjunto formaban un elegante sistema de símbolos, una especie de escritura, en la que un número podía expresar un grupo entero de ideas. Citaban numerosos ejemplos de física y mecánica y, sobre todo, traían material de química y matemáticas.
A veces el señor Gurdjieff se dirigía hacia A. con un corto comentario que se refería a algo con lo cual A. estaba familiarizado y ocasionalmente mencionaba nombres. A. indicaba, con un movimiento de cabeza, que había comprendido y la conversación proseguía sin interrupción. También me di cuenta que mientras A. me enseñaba, estaba aprendiendo él mismo.
Otra peculiaridad era que muy raras veces tenía que hacer preguntas. Tan pronto como surgía una pregunta y antes de que pudiese ser formulada, el desarrollo del pensamiento ya había dado la respuesta. Era como si el señor Gurdjieff hubiera anticipado y conocido de antemano las preguntas que pudieran surgir. Una o dos veces cometí el error de preguntar acerca de algún tema sobre el cual no me había tomado la molestia de aclararlo por mí mismo. Pero hablaré de esto en el lugar apropiado.
La mejor comparación que se puede hacer de la línea general de la corriente de la conversación es con una espiral. Al tomar el señor Gurdjieff alguna idea principal, y luego de ampliarla y profundizarla, completaba el ciclo de su razonamiento volviendo al punto de partida, el cual yo veía, por así decirlo, debajo de mí, más ampliamente y en mayor detalle.
Un nuevo ciclo, y nuevamente había una idea más clara y más precisa de la amplitud del pensamiento original.
No sé lo que hubiera podido sentir si me hubiese visto obligado a hablar tete a tete con el señor Gurdjieff. La presencia de A. y su calma y seria actitud investigadora hacia la conversación, debió haberme impresionado sin darme cuenta.
Tomado en conjunto, lo que se dijo me produjo un gozo inexpresable que nunca antes había experimentado. Los contornos de este edificio majestuoso que habían sido oscuros e incomprensibles para mí, ahora estaban claramente delineados, y no sólo los contornos sino también algunos detalles de la fachada.
Me gustaría describir, aunque sólo fuera aproximadamente, la esencia de esta conversación.
¿Quién sabe si no pudiera ayudar a alguien en una posición similar a la mía? Tal es el propósito de mí bosquejo.
"Usted conoce la literatura oculta," empezó el señor Gurdjieff, "así que me referiré a la fórmula que usted conoce de la Tabla de Esmeralda: Como arriba, así abajo. Es fácil empezar a construir las bases de nuestra discusión a partir de esto. Al mismo tiempo debo decir que no hay necesidad de utilizar el ocultismo como base para acercarse a la comprensión de la verdad. La verdad habla por sí misma en cualquiera de las formas en que se manifieste. Esto lo comprenderá plenamente sólo con el tiempo, pero hoy quiero darle al menos una pizca de comprensión. Así que repito, empiezo con la fórmula oculta porque es con usted con quien hablo. Sé que ha tratado de descifrar esta fórmula. Sé que la 'comprende'. Pero la comprensión que tiene ahora es solamente un reflejo lejano y difuso del brillo divino.
"No le hablaré acerca de la fórmula misma y no voy a analizarla ni descifrarla. Nuestra conversación no tratará sobre el significado literal; sólo la tomaremos como punto de partida para nuestra discusión. Y para darle una idea de nuestro tema, puedo decir que quiero hablar acerca de la unidad total de cuanto existe: de la unidad en la multiplicidad. Quiero mostrarle dos o tres facetas de un cristal precioso y llamar su atención sobre las pálidas imágenes tenuemente reflejadas en ellas.
"Yo sé que usted comprende algo acerca de la unidad de las leyes que gobiernan el universo, pero esta comprensión es especulativa, o más bien, teórica. No basta comprender con la mente, es necesario sentir con el ser la verdad absoluta y la inmutabilidad de este hecho; sólo entonces podrá decir conscientemente y con convicción lo sé."
Tal fue el sentido de las palabras con las cuales el señor Gurdjieff empezó la conversación.
Después procedió a describir vividamente la esfera en la que se mueve la vida de toda la humanidad, con un pensamiento que ilustró la fórmula Hermética que había citado. Por analogías pasó de los pequeños acontecimientos ordinarios en la vida de un individuo a los grandes ciclos en la vida de toda la humanidad. Por medio de tales paralelos subrayó la acción cíclica de la ley de analogía dentro de la esfera diminuta de la vida terrestre Después, de la misma manera pasó de la humanidad a lo que yo llamaría la vida de la tierra, representándola como un enorme organismo semejante al del hombre, y en términos de la física, de la mecánica, de la biología, y así sucesivamente. Observé que la iluminación de su pensamiento se enfocaba más y más en un punto. La conclusión inevitable de todo lo que decía era la gran ley de la triunidad; la ley de los tres principios de acción, resistencia y equilibrio: los principios activo, pasivo y neutralizante. Luego, apoyándose en el sólido fundamento de la tierra y armado con esta ley, la aplicó, en un audaz vuelo de pensamiento, a todo el sistema solar.
Entonces su pensamiento dejó de moverse hacia esta ley de la triunidad, y ya desde ella, la enfatizó más y más y la manifestó en el escalón más cercano al hombre, el de la Tierra y el Sol. Después, con una corta frase, pasó más allá de los límites del sistema solar. Primero, los datos astronómicos deslumbraban, luego parecían amenguarse y desaparecer ante la infinidad del espacio. Quedó sólo un gran pensamiento, surgiendo de la misma gran ley. Sus palabras sonaban lentas y solemnes, y al mismo instante parecían disminuir y perder su significado.
Detrás de ellas se podía sentir el pulso de un tremendo pensamiento.
"Hemos llegado al borde del abismo sobre el cual la razón humana ordinaria jamás podrá tender un puente. ¿Siente usted cuan superfinas e inútiles se han vuelto las palabras? ¿Siente usted ahora qué impotente es por sí misma la razón? Nos hemos acercado al principio de todos los principios." Dicho esto, se quedó en silencio y con la mirada pensativa.
Hechizado por la belleza de este pensamiento, había cesado gradualmente de escuchar las palabras. Podría decir que las. sentía, que capté su pensamiento no con la razón sino por intuición. El hombre, muy abajo, estaba reducido a la nada, y desaparecía sin dejar huella alguna. Estaba lleno de un sentido de proximidad al Gran Inescrutable y con la profunda conciencia de mi propia nadidad.
Como si hubiera adivinado mis pensamientos, el señor Gurdjieff preguntó: "Empezamos con el hombre y ¿dónde está? Pero la ley de la unidad es grande y omnímoda. Todo en el Universo es uno, la diferencia es sólo de escala; en lo infinitamente pequeño encontraremos las mismas leyes que en lo infinitamente grande. Como es arriba, así es abajo.
"Arriba, el sol se ha levantado sobre las cumbres de las montañas: el valle permanece todavía en la oscuridad. Así la razón al trascender la condición humana, contempla la luz divina, mientras que para quienes moran abajo todo es oscuridad. Otra vez repito, todo en el mundo es uno; y puesto que la razón también es una, la razón humana constituye un poderoso instrumento para la investigación.
"Ahora, habiendo llegado al principio, descendamos a la tierra de la cual vinimos, y encontraremos su lugar en el orden de la estructura del Universo. ¡Mire!"
Hizo un solo dibujo y, refiriéndose de paso a las leyes de la mecánica, delineó el esquema de la construcción del Universo. Con números y cifras, en armoniosas y sistemáticas columnas, empezó a aparecer la multiplicidad dentro de la unidad. Las cifras empezaron a revestirse de significado, las ideas antes muertas empezaron a cobrar vida. Una y la misma ley gobernaba todo; con una comprensión llena de alegría seguí el desarrollo armonioso del Universo. Su esquema surgió de un Gran Principio y terminó con la tierra.
Mientras expresaba esto, el señor Gurdjieff hizo notar la necesidad de lo que él llamaba un "shock" que desde afuera llegaba a un lugar dado, conectando los dos principios opuestos en una unidad equilibrada. Esto correspondía al punto de aplicación de una fuerza en un sistema equilibrado de fuerzas en la mecánica.
"Hemos alcanzado el punto al que está ligada nuestra vida terrestre, dijo el señor Gurdjieff, "y por ahora no iremos más lejos. Para examinar más de cerca lo que acaba de decirse y enfatizar una vez más la unidad de las leyes, tomaremos una escala simple y la aplicaremos ampliada proporcionalmente a la medida del microcosmos." Me pidió escoger algo conocido de estructura regular, tal como el espectro de la luz blanca, la escala musical, etc. Después de reflexionar escogí la escala musical.
"Ha hecho una buena elección," dijo el señor Gurdjieff. "En efecto, la escala musical, en la forma que existe ahora, fue construida en los tiempos antiguos por quienes poseían conocimiento, y usted comprenderá cuánto puede contribuir esto a la comprensión de las leyes principales."
Dijo algunas palabras sobre las leyes de la estructura de la escala, y sobre todo subrayó los espacios, como él los llamaba, en cada octava entre las notas mi y fa y también entre el si de una octava y el do de la siguiente. Entre estas notas faltan semitonos, tanto en las escalas ascendentes como en las descendentes. Mientras que en el desarrollo ascendente de la octava, las notas do, re, fa, sol y la pueden pasar a los próximos tonos más altos, las notas mi y si están privadas de esta posibilidad. Explicó cómo estos dos espacios, de acuerdo a ciertas leyes que dependen de la ley de la triunidad, son llenados por nuevas octavas de otros órdenes, desempeñando estas octavas dentro de los espacios un papel similar al de los semitonos en el proceso evolucionarlo o involucionario de la octava. La octava principal era similar al tronco de un árbol extendiendo ramas de octavas subordinadas. Las siete notas principales de la octava y los dos espacios "portadores de nuevas direcciones", daban un total de nueve eslabones de una cadena, o tres grupos con tres eslabones cada uno.
Después de esto se dirigió al esquema estructural del Universo, del cual separó el "rayo" cuyo curso pasaba por la tierra.
La poderosa octava original, cuyas notas, de una fuerza aparentemente siempre decreciente, incluían al sol, a la tierra y a la luna, inevitablemente había descendido, de acuerdo a la ley de la triunidad, a tres octavas subordinadas. Aquí el papel de los espacios en la octava y las diferencias en su naturaleza fueron definidas y aclaradas para mí. De los dos intervalos, mi-fa y si-do, uno era más activo —más correspondiente a la naturaleza de la voluntad— mientras que el otro desempeñaba la parte pasiva. Los "shocks" del esquema original que no era del todo claro para mí, regían también aquí, y aparecían bajo una luz nueva.
En la división de este "rayo", el lugar, el papel y el destino de la humanidad llegaron a aclararse. Más aún, las posibilidades del hombre individual se hicieron más aparentes.
"Le puede parecer," dijo el señor Gurdjieff, "que al tener como meta la unidad, nos hemos desviado un poco hacia el aprender acerca de la multiplicidad. Sin duda comprenderá lo que le explicaré ahora. Al mismo tiempo estoy seguro que esta comprensión se referirá principalmente a la parte estructural de lo que está expuesto. Trate de fijar su interés y atención no en su belleza, ni en su armonía, ni en su ingeniosidad —y ni aun este lado lo comprenderá por completo— sino en el espíritu, en lo que yace escondido detrás de las palabras, en el contenido interno. De otra manera verá solamente formas, desprovistas de vida. Bueno, verá una de las facetas del cristal y si su ojo pudiera percibir el reflejo en él, se acercaría más a la verdad misma."
Entonces el señor Gurdjieff empezó a explicar la forma en la cual las octavas fundamentales se combinan con octavas secundarias subordinadas a éstas; cómo estas octavas secundarias, a su vez, emiten nuevas octavas del orden siguiente y así sucesivamente. Yo podría compararlo al proceso de crecimiento, o más propiamente, a la formación de un árbol. Surgiendo de un recto y vigoroso tronco se extienden ramas que producen a su vez pequeñas ramas y ramitas, y después aparecen hojas; hasta se podía sentir el proceso de la formación de las nervaduras.
Debo admitir que, de hecho, mi atención estaba principalmente atraída hacia la armonía y la belleza del sistema. Además de las octavas que crecían, como ramas de un tronco, el señor Gurdjieff señaló que cada nota de cada octava aparece, desde otro punto de vista, como una octava completa. Esto era cierto en todas partes. Podría comparar estas octavas "interiores" con las capas concéntricas de un tronco de árbol que encajan una dentro de la otra.
Todas estas explicaciones fueron dadas en términos muy generales. Enfatizaban la conformidad de la estructura a leyes. Sin los ejemplos que las acompañaban habrían podido parecer más bien teóricas. Los ejemplos les daban vida y a veces me pareció que realmente comenzaba a adivinar lo que estaba escondido detrás de las palabras. Vi que en la consistencia de la estructura del universo, todas las posibilidades, todas las combinaciones, sin excepción, habían sido previstas; la infinidad de infinidades estaba anunciada. Sin embargo, al mismo tiempo, no pude verla, porque mi razón vacilaba ante la inmensidad del concepto.
Nuevamente me embargó una sensación dual: la cercanía de la posibilidad de todo saber, y la conciencia de su inaccesibilidad.
Una vez más oí las palabras del señor Gurdjieff haciendo eco a mis sentimientos: "Ninguna razón ordinaria basta para permitir a un hombre apoderarse del Gran Conocimiento, y convertirlo en su posesión inalienable. Sin embargo, le es posible. Pero primero debe sacudirse el polvo de los pies. Se necesita enormes esfuerzos, trabajos tremendos, para adquirir alas con las cuales es posible elevarse. Es mucho más fácil dejarse llevar por la corriente, pasar con ella de una octava a otra; pero esto toma muchísimo más tiempo que, solo, desear y hacer. El camino es duro, a cada paso el ascenso es más y más empinado, y así continúa, pero la fuerza de uno también aumenta. El hombre se templa, y con cada paso ascendente su perspectiva se vuelve más amplia. Sí, efectivamente existe la posibilidad."
Sin duda vi que esta posibilidad existía. A pesar de no saber aún lo que era, vi que allí estaba.
Encuentro difícil poner en palabras lo que se volvía más y más comprensible. Vi que el reino de las leyes, que ahora se tomaba aparente para mí, era en realidad omnímodo; lo que a primera vista parecía ser violación de la ley, visto más de cerca, sólo la confirmaba. Se podría decir, sin exageración, que mientras "las excepciones confirman la regla", al mismo tiempo no eran excepciones. Para los que pueden comprender, diría que, en términos pitagóricos, reconocí y sentí cómo la Voluntad y el Destino —esferas de acción de la Providencia— coexisten mientras compiten mutuamente; cómo, sin mezclarse o separarse, se entreveran. No alimento esperanza alguna de que palabras tan contradictorias puedan dar a entender o aclarar lo que comprendo; al mismo tiempo, no puedo encontrar nada mejor.
"Usted ve," prosiguió el señor Gurdjieff, "quien posee una comprensión total y completa del sistema de octavas, como podría llamarse, posee la clave de la comprensión de la Unidad, puesto que comprende todo lo visto —todos los acontecimientos, todas las cosas en su esencia— porque conoce su lugar, causa y efecto.
"Al mismo tiempo usted ve claramente que esto consiste en un desarrollo más detallado del esquema original, una representación más precisa de la ley de la Unidad y que todo lo que hemos dicho y lo que vamos a decir, no es sino el desarrollo de la idea principal de la unidad.
Que una clara, completa y distinta conciencia de esta ley es precisamente el Gran
Conocimiento al cual me he referido.
"Para quien posee tal conocimiento no existen especulaciones, suposiciones e hipótesis.
Expresado en forma más definida, conoce todo por medida, número y peso', Todo en el Universo es material: por lo tanto el Gran Conocimiento es más materialista que el materialismo.
"Al echar un vistazo a la química, esto se hará más inteligible." Demostró cómo la química, al estudiar la materia de varias densidades, sin el conocimiento de la ley de octavas, contiene un error que afecta los resultados finales. Sabiendo esto y haciendo ciertas correcciones, basadas en la ley de octavas, estos resultados se ponen en total acuerdo con aquellos hallados por cálculos matemáticos. Además señaló que la idea de simples substancias y elementos en la química contemporánea, no puede ser aceptada desde el punto de vista de la química de las octavas, la cual es "química objetiva". La materia es la misma en todas partes; sus diferentes cualidades dependen sólo del lugar que ocupa en una determinada octava, y del orden de la octava misma.
Desde este punto de vista, no puede servir como modelo la noción hipotética del átomo como una parte indivisible de una substancia o elemento simple. Un átomo de una densidad dada, un individuum que realmente existe, debe ser tomado como la más pequeña cantidad de la substancia examinada que conserve todas aquellas cualidades —químicas, físicas y cósmicas— que lo caracterizan como una cierta nota de una octava definida. Por ejemplo, en la química contemporánea no hay un átomo de agua, puesto que el agua no es una substancia simple sino un compuesto químico de hidrógeno y oxígeno. Sin embargo, desde el punto de vista de la "química objetiva", un "átomo" de agua es un último y definitivo volumen de ella, visible aun a simple vista. El señor Gurdjieff añadió:
"Ciertamente que por ahora usted tiene que aceptar esto a base de confianza. Pero aquellos que buscan el Gran Conocimiento bajo la guía de uno que ya lo posee, tienen que trabajar personalmente para probar y verificar por investigación lo que son estos átomos de materia de diferentes densidades."
Yo lo vi todo en términos matemáticos. Llegué a convencerme claramente que todo en el Universo es material y que todo puede ser medido numéricamente de acuerdo a la ley de octavas. El material esencial desciende en una serie de distintas notas de varias densidades.
Estas fueron expresadas en números combinados de acuerdo a ciertas leyes, y lo que había parecido inconmensurable fue medido. Se aclaró lo que había sido mencionado como cualidades cósmicas de materia. Para mi gran sorpresa, los pesos atómicos de ciertos elementos químicos fueron dados como ejemplo, con una explicación que mostraba el error de la química contemporánea.
Fue demostrada, además, la ley de la construcción de los "átomos" en materia de varias densidades. Conforme progresaba esta presentación, pasamos casi sin darme cuenta hacia lo que podría llamarse "la octava de la Tierra" y así llegamos al lugar desde el cual habíamos empezado: en la tierra.
"En todo lo que le he dicho," continuó el señor Gurdjieff, "mi propósito no era comunicarle ningún conocimiento nuevo. Por el contrario, sólo deseaba demostrar que el conocimiento de ciertas leyes posibilita al hombre, sin que se mueva de donde está, a contar, pesar y medir todo lo que existe, tanto lo infinitamente grande como lo infinitamente pequeño. Repito: todo en el Universo es material. Reflexione sobre estas palabras y comprenderá, al menos hasta cierto grado, por qué usé la expresión 'más materialista que el materialismo'... Ahora hemos conocido las leyes que rigen la vida del Microcosmos y hemos regresado a la tierra.
Recuerde una vez más 'Como arriba, así abajo'.
"Aun ahora creo que, sin más explicaciones, usted no discutiría el hecho de que la vida del individuo, el Microcosmos, está regida por esta misma ley. Pero vamos a seguir demostrándolo, tomando un solo ejemplo, en el cual ciertos detalles se aclararán. Tomemos una pregunta específica: el plan de trabajo del organismo humano, y examinémoslo."
En seguida el señor Gurdjieff dibujó un esquema del cuerpo humano y lo comparó a una fábrica de tres pisos, representados por la cabeza, pecho y abdomen. Tomada en conjunto, la fábrica forma un todo completo. Esto es una octava de primer orden, similar a aquella con la cual empezó la investigación del Macrocosmos. Cada uno de los pisos también representa una octava completa de segundo orden, subordinada a la primera. Así tenemos tres octavas subordinadas, las cuales otra vez son similares a aquellas en el esquema de la construcción del universo. Cada uno de los tres pisos recibe desde afuera, "alimento" de una naturaleza apropiada, lo asimila y lo combina con los materiales que ya han sido procesados, y de este modo la fábrica funciona para producir cierta clase de material.
"Debo señalar," dijo el señor Gurdjieff, "que a pesar de que el plan de la fábrica es bueno y apropiado para la producción de este material, debido a la ignorancia de la alta administración, ésta maneja el negocio de una manera muy poco económica. ¿Cuál sería la situación de una empresa, con un vasto y continuo consumo de material, si la mayor parte de la producción se destina meramente al mantenimiento de la fábrica y al consumo y procesamiento del material? Lo que resta de la producción es gastado inútilmente y su propósito es desconocido. Es necesario organizar el negocio de acuerdo a un conocimiento exacto; y entonces traerá un fuerte ingreso neto que se puede gastar a discreción. Regresemos sin embargo a nuestro esquema"... y explicó que mientras el alimento del piso inferior es lo que come y bebe el hombre, el alimento del piso intermedio es el aire, y el del piso superior es lo que se podría llamar "impresiones".
Estas tres clases de alimento, que representan materia de ciertas cualidades y densidades, pertenecen a octavas de órdenes diferentes.
Aquí no pude dejar de preguntar "¿Y el pensamiento?" "El pensamiento es material, como todo lo demás," contestó el señor Gurdjieff. "Existen métodos por medio de los cuales es posible comprobar no solamente esto, sino también que el pensamiento, igual que todo lo demás, puede ser pesado y medido. Se puede determinar su densidad, y por lo tanto los pensamientos de un individuo se pueden comparar con los del mismo hombre en otras ocasiones. Se puede definir todas las cualidades del pensamiento. Ya le he dicho que todo en el Universo es material."
Luego mostró cómo estas tres clases de alimento, recibidas en diferentes partes del organismo humano, entran en los puntos de partida de las octavas correspondientes, interconecta-das por cierto proceso de ley; por consiguiente cada una de ellas representa el do de la octava de su propio orden. Las leyes del desarrollo de las octavas son las mismas en todas partes.
Por ejemplo, el do de la octava del alimento, el tercer do, al entrar al estómago pasa a re. A través del semitono correspondiente, y por medio del siguiente paso, a través de un semitono, a continuación se convierte en mí. Faltando este semitono, por medio de un desarrollo natural, mi no puede pasar independientemente a fa. Está ayudado por la octava del aire, la cual entra al pecho. Como ya se señaló, esta es una octava de un orden superior, y su do (el segundo do) al tener el necesario semitono para la transición a re, aparece para conectarse con el mi de la octava anterior y transmutarse en fa. Es decir, desempeña el papel del semitono faltante y sirve como shock para el desarrollo ulterior de la octava precedente.
"No nos detendremos ahora," dijo el señor Gurdjieff, "a examinar la octava que empieza con el segundo do, ni tampoco la del primer do, que entra en un punto definido. Esto sólo complicaría la situación actual. Ahora hemos confirmado la posibilidad de un desarrollo ulterior de la octava de la cual hablamos, gracias a la presencia del semitono. Fa pasa a sol a través de un semitono y en realidad el material recibido aquí parece ser la sal del organismo humano; la palabra rusa para sal es sol. Esto es lo más alto que puede ser producida por ella."
Volviendo a los números, de nuevo puso en claro su pensamiento en términos de sus combinaciones.
"El desarrollo ulterior de la octava transfiere sol en la a través de un semitono, y ésta por medio de otro semitono en si. Aquí la octava se detiene nuevamente. Es preciso un nuevo shock para que si pase al do de una nueva octava del organismo humano.
"Con lo que acabo de decir," continuó el señor Gurdjieff, "y nuestra conversación sobre la química, usted podrá sacar algunas conclusiones valiosas."
En ese momento, sin esperar que se aclare un pensamiento que surgió en mi cabeza, pregunté algo acerca de la utilidad del ayuno.
El señor Gurdjieff dejó de hablar. A. me lanzó una mirada de reproche y me di cuenta claramente y de inmediato cuan inapropiada había sido mi pregunta. Quise corregir mi error pero no tuve tiempo antes de que el señor Gurdjieff dijera:
"Quiero enseñarle un experimento que le aclarará el asunto," pero después de intercambiar miradas con A. y preguntarle algo, dijo: "No, mejor más tarde," y después de un corto silencio continuó: "Veo que su atención está cansada, pero ya estoy casi al final de lo que quería decirle hoy. Tenía la intención de tocar de una manera muy general el curso del desarrollo del hombre, pero no es tan importante ahora. Vamos a postergar la conversación sobre eso hasta una ocasión más favorable."
"De lo que usted dice, ¿puedo concluir," pregunté, "que me permitirá venir a verlo de vez en cuando y conversar acerca de las preguntas que me interesan?"
"Ya que hemos empezado estas conversaciones," dijo él, "no tengo objeción en continuarlas.
Mucho depende de usted. Lo que quiero decir con eso se lo explicará A. en detalle." Luego, al darse cuenta de que yo iba a volverme hacia A. para la explicación, añadió, "Pero ahora no, en otro momento. Por ahora, quiero decirle esto. Puesto que todo en el Universo es uno, por lo tanto, en consecuencia, todo tiene iguales derechos, así que desde este punto de vista se puede adquirir conocimiento con un estudio apropiado y completo, sin importar cuál sea el punto de partida. Sólo que uno debe saber cómo 'aprender'. Lo más cercano a nosotros es el hombre; y de todos los hombres, usted es el más cercano a usted mismo. Empiece con el estudio de usted mismo; recuerde el dicho 'Conócete a tí mismo'. Quizás este dicho ahora tenga un significado más inteligible para usted. Para empezar, A. le ayudará en la medida de su propia fuerza y la de usted. Le aconsejo que recuerde bien el esquema del organismo humano que le di. Algunas veces regresaremos a él en el futuro, profundizándolo más cada vez. Ahora A. y yo lo dejaremos solo por un momento, ya que tenemos un pequeño asunto que atender. Le recomiendo que no se quiebre la cabeza sobre lo que hemos hablado, sino dele un pequeño descanso. Aun si olvidara algo, A. se lo recordará después. Por supuesto sería mejor si no necesitara que se lo recuerde. Acostúmbrese a no olvidar nada. "Ahora, tómese una taza de café, que le hará bien."
Cuando se fueron, seguí el consejo del señor Gurdjieff, y, sirviéndome café, permanecí sentado. Me di cuenta que el señor Gurdjieff había deducido de la pregunta acerca del ayuno que mi atención estaba cansada y me di cuenta que hacia el final de la conversación mi pensamiento se había vuelto más débil y más restringido. Por lo tanto, a pesar de mi fuerte deseo de revisar todos los diagramas y números una vez más, decidí darle a mi cabeza un descanso, para usar la expresión del señor Gurdjieff, y me senté con los ojos cerrados, tratando de no pensar en nada. Pero los pensamientos surgieron a pesar de. mi voluntad e intenté librarme de ellos.
Cerca de veinte minutos después, A. entró sin que lo oyera, y preguntó: "Bueno, ¿y cómo estás?" No tuve tiempo de contestarle cuando la voz del señor Gurdjieff se oyó muy cerca diciéndole a alguien: "Haga como le he dicho y verá dónde está el error."
Luego, levantando el tapiz que colgaba sobre la puerta, entró. Tomando el mismo lugar y la misma actitud que antes, se volvió hacia mí. "Espero que haya descansado, aunque sea un poco. Hablemos ahora de cualquier cosa sin ningún plan definido."
Le dije que quería hacerle dos o tres preguntas que no tenían referencia inmediata con el tema de nuestra conversación, pero que podrían aclarar la naturaleza de lo que él había dicho.
"Usted y A. han citado tanto de la información que proporciona la ciencia contemporánea, que surge espontáneamente la pregunta: ¿Es el conocimiento del que habla accesible a un hombre ignorante y sin educación?"
"El material a que usted se refiere fue citado sólo porque le hablaba a usted. Usted comprende porque tiene cierta cantidad de conocimiento de estas materias. Éstas le ayudaron a comprender alguna cosa mejor. Solamente fueron dados como ejemplo. Esto se refiere a la forma de la conversación, pero no a su esencia. Las formas pueden ser muy diferentes. Ahora no diré nada acerca del papel y significado de la ciencia contemporánea. Este asunto podría ser el tema de otra conversación. Sólo diré esto: que el erudito mejor educado podría evidenciarse como un absoluto ignorante al compararlo con un pastor analfabeto que posee conocimiento. Esto suena paradójico, pero la comprensión de la esencia, sobre la cual el primero pasa largos años de investigación minuciosa, será alcanzado por este último en un grado incomparablemente superior durante la meditación de un día. Se trata de un modo de pensar, de la 'densidad del pensamiento'. Esta expresión no le dice nada a usted por el momento, pero con el tiempo se aclarará por sí misma. ¿Qué más quiere preguntar?"
"¿Por qué está este conocimiento tan cuidadosamente oculto?"
"¿Qué le impulsa a hacer esta pregunta?"
"Algunas cosas que tuve la oportunidad de aprender en el curso de mi contacto con la literatura oculta," contesté.
"Hasta donde puedo juzgar," dijo el señor Gurdjieff, "usted se refiere a la así llamada 'iniciación'. ¿Sí, o no ?" Contesté afirmativamente y el señor Gurdjieff prosiguió: "Sí, de hecho, mucho de lo que ha sido dicho en la literatura oculta es superfluo y falso. Más vale que olvide todo esto. Todas sus investigaciones en este terreno fueron un buen ejercicio para su mente: ahí radica su gran valor, pero sólo ahí. No le han dado conocimiento como usted mismo ha confesado. Juzgue todo desde el punto de vista de su sentido común. Conviértase en el poseedor de sus propias y consistentes ideas y no acepte nada basado en la fe; y cuando usted, usted mismo, por medio de un sólido argumento y raciocinio llegue a una firme convicción, a una plena comprensión de algo, habrá alcanzado cierto grado de iniciación.
Reflexione más profundamente... Por ejemplo, hoy tuve una conversación con usted.
Recuerde esta conversación. Piense y estará de acuerdo conmigo que en esencia no le he dicho nada nuevo. Usted ya lo sabía anteriormente. La única cosa que hice fue poner orden en su conocimiento. Lo sistematicé, pero usted lo tenía antes de verme. Se lo debe a los esfuerzos que ya hizo en este terreno. Fue fácil para mí hablarle gracias a él" —y señaló a A.— "porque él aprendió a comprenderme y porque lo conocía a usted. De su informe lo conocí a usted y a su conocimiento, y también cómo fue obtenido antes de que viniera a mí. Pero a pesar de todas estas condiciones favorables, puedo decir con confianza que todavía no ha dominado ni aun la centésima parte de lo que he dicho. Sin embargo, le he dado una pista que le señala la posibilidad de un nuevo punto de vista, el cual puede iluminar y reunir su conocimiento anterior. Y gracias a este trabajo, a su propio trabajo, usted será capaz de alcanzar una más profunda comprensión de lo que he dicho. Usted se 'iniciará' a sí mismo.
"Dentro de un año posiblemente digamos las mismas cosas, pero usted no permanecerá durante este año con la esperanza de que vuelen a su boca pichones asados. Trabajará y su comprensión cambiará; estará más 'iniciado'. Es imposible darle a un hombre algo que pudiera volverse su propiedad inalienable sin trabajo de su parte. Tal iniciación no puede existir, pero desafortunadamente, la gente a menudo lo cree. Sólo existe 'autoiniciación'. Uno puede mostrar y dirigir, pero no 'iniciar'. Las cosas que encontró en la literatura oculta, con respecto a esta cuestión, han sido escritas por gente que ha perdido la clave de lo que transmitía, sin verificación alguna, de las palabras de otros.
"Cada medalla tiene su reverso. El estudio del ocultismo ofrece mucho como entrenamiento para la mente, pero a menudo, desafortunadamente muy a menudo, la gente, infectada por el veneno del misterio, y teniendo como meta resultados prácticos, pero no poseyendo un pleno conocimiento de lo que se debe hacer ni cómo hacerlo, se daña a sí misma en forma irreparable. Se viola la armonía. Es cien veces mejor no hacer nada, que actuar sin conocimiento. Usted dijo que el conocimiento está oculto. No es así. No está oculto, pero la gente es incapaz de comprenderlo. ¿De qué serviría comenzar una conversación sobre matemáticas superiores con un hombre que no sabe nada de matemáticas? Simplemente no le entendería; y aquí el asunto es más complicado. Personalmente estaría muy contento si pudiera hablar ahora con alguien, sin tratar de adaptarme a su comprensión, de aquellos temas que me interesan. Pero si empezara a hablarle a usted de este modo, por ejemplo, me tomaría por un loco o algo peor.
"La gente tiene muy pocas palabras para expresar ciertas ideas. Pero ahí, donde las palabras no importan, sino su fuente y el significado detrás de ellas, debería ser posible hablar de una manera sencilla. En la ausencia de comprensión esto es imposible. Usted tuvo hoy la oportunidad de comprobar esto por sí mismo. No hablaría a otra persona del mismo modo que hablé con usted porque no me entendería. Hasta cierto punto, usted ya se ha iniciado a sí mismo. Y antes de hablar, uno debe saber y ver hasta qué punto comprende un hombre. La comprensión viene sólo con trabajo.
"Así que lo que usted llama 'el ocultar' es en realidad la imposibilidad de dar; de otra manera, todo sería bastante diferente. Si a pesar de esto los que saben empiezan a hablar, es inútil y bastante improductivo. Ellos hablan sólo cuando saben que el que escucha comprende."
"Entonces, si por ejemplo, quisiera decirle a alguien lo que he aprendido de usted hoy, ¿objetaría usted?"
"Vea usted," replicó el señor Gurdjieff, "desde el comienzo mismo de nuestra conversación, ya había previsto la posibilidad de continuarla. Por lo tanto le dije cosas que en caso contrario no se las hubiera dicho. Me adelanté a decírselas sabiendo que usted no está preparado para ellas ahora, pero con la intención de dar cierta dirección a sus reflexiones sobre estas cuestiones. Considerándolo más de cerca, estará convencido que así es en realidad.
Comprenderá precisamente de qué estoy hablando. Si llega a esta conclusión, esto sólo será en beneficio de la persona con quien habla; podrá decir todo cuanto quiera. Entonces estará convencido de que algo inteligible y claro para usted es ininteligible para los que oyen. Desde este punto de vista, tales conversaciones serán útiles."
"¿Y cuál es su actitud respecto a la ampliación del círculo de aquellos con los que se podrían empezar relaciones, al darles alguna indicación que pudiera ayudarles en su trabajo?" pregunté.
"No tengo suficiente tiempo disponible para sacrificarlo sin estar seguro de que será útil. El tiempo es valioso para mí y lo necesito para mi trabajo; por lo tanto, no puedo ni quiero gastarlo improductivamente. Pero de esto ya le he hablado."
"No, no pregunté pensando que usted hiciera nuevas relaciones, sino en el sentido de que se podrían dar ciertas indicaciones por medio de la prensa. Creo que tomaría menos tiempo que las conversaciones personales."
"En otras palabras, usted quiere saber si las ideas podrían ser expuestas gradualmente, ¿quizá en una serie de bosquejos?"
"Sí," contesté, "pero ciertamente no creo que sería posible aclarar todo, aunque sí me parece que sería posible indicar una dirección que condujera más cerca de la meta."
"Usted ha tocado un tema muy interesante," dijo el señor Gurdjieff. "Frecuentemente lo he discutido con algunos de aquellos con quienes hablo. No vale la pena repetir ahora las consideraciones que fueron expresadas por ellos y por mí. Sólo puedo decir que lo decidimos afirmativamente, y ya desde el verano pasado. No me negué a tomar parte en este experimento, pero no pudimos hacerlo a causa de la guerra."
Durante la corta conversación que siguió sobre este asunto, surgió en mi cabeza la idea de que si el señor Gurdjieff no tenía objeción en dar a conocer al público en general ciertos puntos de vista y métodos, también era posible que el ballet La Lucha de los Magos pudiera contener un significado oculto representando no sólo una obra de imaginación, sino un misterio. En este sentido le hice una pregunta mencionando que A. me había relatado el contenido de la puesta en escena.
"Mi ballet no es un misterio," contestó el señor Gurdjieff. "Su propósito es presentar un interesante y bello espectáculo. Por supuesto bajo las formas visibles se oculta cierto significado, pero no pretendí demostrarlo ni enfatizarlo. El lugar principal en este ballet lo ocupan ciertas danzas. Le explicaré esto brevemente. Imagínese que al estudiar las leyes del movimiento de los cuerpos celestes, digamos los planetas del sistema solar, usted ha construido un mecanismo especial para la representación y registro de estas leyes. En este mecanismo cada planeta está representado por una esfera de tamaño apropiado y está colocado a una distancia estrictamente determinada de la esfera central, que representa al sol.
Se pone en marcha el mecanismo, y todas las esferas empiezan a girar y a moverse en trayectorias definidas, reproduciendo de una manera que parece viva las leyes que gobiernan su movimientos. Este mecanismo le hace recordar su conocimiento.
"De la misma manera, en el ritmo de ciertas danzas, en los movimientos y combinaciones precisos de los danzantes, se evocan vivamente ciertas leyes. Tales danzas se llaman sagradas.
Durante mis viajes por el Oriente, con frecuencia he visto danzas de esta clase, ejecutadas durante la celebración de ritos sagrados en algunos de los templos antiguos. Estas ceremonias son inaccesibles y desconocidas para los europeos. Ciertas de estas danzas se reproducen en La Lucha de los Magos. Además, puedo decirle que en la base de La Lucha de los Magos, se hallan tres pensamientos; pero como no espero que sean comprendidos por el público, si presento el ballet solo, lo llamo simplemente un espectáculo." El señor Gurdjieff habló un poco más acerca del ballet y las danzas y luego prosiguió:
"Tal es, en el pasado lejano, el origen de las danzas y su significado. Ahora le pregunto: ¿Ha sido preservado algo en esta rama del arte contemporáneo que pudiera evocar, por remoto que sea, su anterior gran significado y meta? ¿Qué se puede encontrar aquí sino trivialidad?'
Después de un breve silencio, como esperando mi respuesta, y contemplando triste y pensativamente hacia adelante, continuó: "El arte contemporáneo en su conjunto no tiene nada en común con el antiguo arte sagrado... Quizás usted haya reflexionado sobre ello. ¿Cuál es su opinión?"
Le expliqué que la cuestión del arte entre otras que me interesaban, ocupaba un importante lugar. Para ser preciso, estaba interesado no tanto en las obras, quiero decir en los resultados del arte, sino en su papel y significado en la vida de la humanidad. A menudo yo había discutido este asunto con los que parecían más versados en estos temas que yo: músicos, pintores y escultores, artistas y hombres de letras, y también con aquellos interesados simplemente en el estudio del arte. Llegué a escuchar una gran cantidad de opiniones de muchas clases, a menudo contradictorias. Algunos, en verdad pocos, consideraban el arte como un pasatiempo para aquellos que carecían de ocupación; pero la mayoría estaba de acuerdo en que el arte es sagrado y que su creación lleva en sí misma el sello de la divina inspiración. No tenía opinión formada que pudiera llamar mi firme convicción, y esta cuestión había permanecido abierta hasta ahora. Expresé todo esto al señor Gurdjieff tan claramente como pude; él escuchó mi explicación con atención y dijo:
"Tiene razón en decir que hay muchas opiniones contradictorias sobre este tema. ¿No basta esto para probar que la gente no sabe la verdad? Donde está la verdad no puede haber diferentes opiniones. En la antigüedad, lo que ahora se llama arte servía a los propósitos del conocimiento objetivo. Y como dijimos hace un momento, hablando de danzas, las obras de arte representaban una exposición y un registro de las leyes eternas de la estructura del universo. Aquellos que se dedicaban a la investigación y por lo tanto adquirían el conocimiento de leyes importantes, las incorporaban en obras de arte, tal como ahora se hace en libros."
En este punto, el señor Gurdjieff mencionó algunos nombres que eran en su mayoría desconocidos para mí y que he olvidado. Luego prosiguió: "Este arte no tenía como fin ni la 'belleza' ni el producir un parecido a alguien o algo. Por ejemplo, una antigua estatua creada por tal artista, no es ni una copia de la forma de una persona ni la expresión de una sensación subjetiva; es o la expresión de las leyes del conocimiento, en términos del cuerpo humano, o un medio de transmisión objetiva de un estado de la mente. La forma y la acción, en realidad toda la expresión, es de acuerdo a ley."
Después de un corto silencio, durante el cual parecía estar reflexionando sobre algo, el señor Gurdjieff continuó: "Ya que hemos tocado el tema del arte, le contaré un episodio que sucedió recientemente y que le aclarará algunos puntos de nuestra conversación.
"Entre mis conocidos de aquí, en Moscú, hay un compañero de mi primera infancia, un famoso escultor. Cuando lo visité, vi en su biblioteca varios libros sobre filosofía hindú y ocultismo. Durante la conversación, me di cuenta de que él estaba seriamente interesado en estas materias. Viendo cuan desamparado estaba al hacer cualquier examen independiente de estas cuestiones, y no deseando mostrar mi familiaridad con ellas, pedí a un hombre que a menudo había hablado conmigo sobre estos temas, un cierto P., que se interesara por este escultor. Un día P. me dijo que el interés del escultor en esas cuestiones era claramente especulativo, que su esencia no había sido tocada por ellas, y que veía poca utilidad en estas discusiones. Le aconsejé que desviara la conversación hacia un tema que concerniera más de cerca al escultor. A lo largo de lo que parecía una charla puramente casual, en la que yo estaba presente, P. dirigió la conversación hacia el tema de arte y creación, con lo cual el escultor explicó que él sentía la justeza de las formas escultóricas y preguntó: '¿Sabe usted por qué la estatua del poeta Gogol, en la Plaza Arbat, tiene una nariz excesivamente larga?' y relató cómo al mirar a esta estatua de lado, sintió que 'el suave fluir del perfil', como él lo expresó, estaba alterado en la parte superior de la nariz.
"Deseando probar lo correcto de este sentimiento, decidió buscar la máscara mortuoria de Gogol, la cual encontró después de una larga búsqueda, en manos de un particular. Estudió la máscara y prestó especial atención a la nariz. Este examen reveló que probablemente, cuando se hizo la máscara se formó una pequeña burbuja justamente donde el suave fluir del perfil parecía haber sido alterado. El que hizo la máscara había llenado la burbuja, con mano inexperta, cambiando la forma de la nariz del escritor; así el diseñador del monumento, no dudando de lo correcto de la máscara, había proporcionado a Gogol una nariz que no era la suya.
"¿Qué puede decirse de este incidente? ¿No es evidente que tal cosa sólo pudo suceder en ausencia de un conocimiento real?
"Mientras un hombre utiliza la máscara plenamente convencido de su exactitud, el otro 'sintiendo' lo incorrecto de su ejecución, busca una confirmación a sus sospechas. Ninguno está en mejor situación que el otro.
"Pero, con el conocimiento de las leyes de proporción en el cuerpo humano, no sólo se hubiera podido reconstruir la punta de la nariz, usando la máscara de Gogol, sino que todo su cuerpo se hubiera podido reconstruir exactamente como había sido. Investiguemos esto más detalladamente, para aclarar con exactitud lo que quiero decir, a partir de la nariz exclusivamente.
"Hoy examiné brevemente la ley de la octava. Usted ha visto que con el conocimiento de esta ley, se conoce el lugar de todas las cosas, y viceversa, si el lugar es conocido, se conoce lo que existe allá y su calidad. Todo puede ser calculado, solamente que uno debe saber cómo calcular el paso de una octava a otra. El cuerpo humano, como cada cosa que es un todo, lleva en sí mismo esta regularidad de medida. De acuerdo con el número de notas de la octava y con los intervalos, el cuerpo humano tiene nueve medidas principales expresadas en números definidos. Para personas individuales, estos números varían muchísimo, por supuesto que dentro de ciertos límites. Las nueve medidas principales, al dar una octava entera del primer orden, se transmutan en octavas subordinadas, las cuales, por amplia extensión de este sistema subordinado, dan todas las medidas de cualquier parte del cuerpo humano. Cada nota de una octava es, en sí misma, una octava entera. Consecuentemente es necesario conocer las reglas de correlación y combinación y de transición de una escala a otra. Todo se combina por una indisoluble, inmutable regularidad de ley. Es como si alrededor de cada punto se agruparan nueve puntos adicionales, subordinados, y así sucesivamente hasta los átomos del átomo.
"Conociendo las leyes del descenso, el hombre también conoce las leyes del ascenso, y consecuentemente no sólo puede pasar de octavas principales a las subordinadas, sino también viceversa. No sólo se puede reconstruir la nariz partiendo tan sólo de la cara, sino que también toda la cara y el cuerpo de un hombre pueden ser reconstruidos inexorable y exactamente a partir de la nariz. No hay búsqueda de belleza o de semejanza. Una creación no puede ser otra cosa que lo que es...
"Esto es más exacto que las matemáticas, porque aquí uno no se encuentra con probabilidades, y se alcanza no por el estudio de las matemáticas, sino por un tipo de estudio mucho más profundo y más amplio. Lo que se necesita es la comprensión. En una conversación sin comprensión, es posible hablar durante décadas sobre las cuestiones más simples, sin llegar a resultado alguno.
"Una pregunta simple puede revelar que un hombre no tiene la actitud de pensamiento requerida, y aun con el deseo de elucidar la pregunta, la falta de preparación y comprensión en el que escucha anula las palabras del que habla. Tal 'comprensión literal' es muy común.
"Este episodio una vez más confirmó lo que sabía desde hace tiempo y había comprobado mil veces. Recientemente en Petersburgo hablé con un compositor bien conocido. En esta conversación vi claramente cuan pobre era su conocimiento en el dominio de la verdadera música, y cuan profundo el abismo de su ignorancia. Recuerde a Orfeo, quien enseñó el conocimiento por medio de la música, y comprenderá lo que yo llamo música verdadera o sagrada."
El señor Gurdjieff prosiguió. "Para tal música se necesitará condiciones especiales, y entonces La Lucha de los Magos no sería un mero espectáculo. Como está ahora, habrá solamente fragmentos de la música que he oído en ciertos templos, y aun esa música verdadera no aportará nada a los oyentes, porque las claves para ella están perdidas y quizá nunca fueron conocidas en el Occidente. Las claves de todas las artes antiguas están perdidas, se perdieron hace muchos siglos. Por lo tanto, ya no hay un arte sagrado que incorpora leyes del Gran Conocimiento, sirviendo así para influenciar los instintos de la multitud.
"Hoy en día no hay creadores. Los sacerdotes contemporáneos del arte no crean, sino imitan.
Corren tras la belleza y semejanza o lo que es llamado originalidad, sin ni siquiera poseer el conocimiento necesario. Al no conocer y no ser capaces de hacer algo, puesto que andan a tientas en la oscuridad, son alabados por la multitud que los pone sobre un pedestal. El arte sagrado se desvaneció y dejó atrás sólo el halo que rodeó a sus servidores. Todas las palabras actuales acerca del chispazo divino, talento, genio, creación, arte sagrado, no tienen base sólida; son anacronismos. ¿Qué son estos talentos? Hablaremos acerca de ellos en una ocasión más apropiada.
"O la artesanía del zapatero debe llamarse arte, o todo arte contemporáneo debe llamarse artesanía. ¿De qué manera un zapatero cosiendo zapatos de última moda y de bello diseño es inferior a un artista que tiene como meta la imitación u originalidad? Con conocimiento, la costura de zapatos puede ser también arte sagrado, pero sin él un sacerdote del arte contemporáneo es peor que un remendón" Las últimas palabras estaban cargadas »de énfasis.
El señor Gurdjieff guardó silencio y A. no dijo nada.
La conversación me había impresionado hondamente; sentí cuánta razón tenía A. al advertirme que para escuchar al señor Gurdjieff se requería más que el mero deseo de conocerlo.
Mi pensamiento funcionaba con precisión y claridad. Miles de preguntas surgieron en mi mente pero ninguna correspondía a la profundidad de lo que había oído y por lo tanto me quedé callado.
Miré al señor Gurdjieff. Levantó su cabeza lentamente y dijo: "Debo irme. Por hoy es suficiente. Dentro de media hora habrá caballos que los llevarán al tren. Acerca de los planes futuros, usted se enterará por A.," y, volviéndose a él, agregó, "Tome mi lugar como anfitrión.
Desayune con nuestro huésped. Después de llevarlo a la estación, regrese... Bien, hasta la vista".
A. cruzó el cuarto y tiró de un cordón escondido por una otomana. Un tapiz persa colgado de la pared se abrió, mostrando un gran ventanal. La luz de una mañana de invierno, clara y helada, inundó el cuarto. Esto me tomó por sorpresa; hasta ese momento no tuve noción de la hora.
"¿Qué hora es?" exclamé.
"Cerca de las nueve," replicó A. apagando las lámparas. Añadió sonriendo, "Como podrás ver, el tiempo aquí no existe."

No hay comentarios:

Publicar un comentario